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Ministerio de Ciencia, Tecnología… ¿e Innovación?


Se acercaba el término de la primera hora del discurso del pasado 21 de mayo, cuando la Presidenta Michelle Bachelet anunciaba el envío de una propuesta para crear el Ministerio de Ciencia y Tecnología. A este respecto, muchos se sorprendieron por el espontáneo aplauso que se llevó la iniciativa, sobre todo en un país en donde estos temas no siempre recogen ovaciones.


Hoy en día, en donde la ciencia y la tecnología están albergadas en el Ministerio de Educación, específicamente en Conicyt, es fácil evidenciar que mientras los temas de gratuidad y desmunicipalización son prioritarios para esta cartera, la investigación y el desarrollo científico no son precisamente su principal preocupación, y se entiende. En tanto nuestros investigadores hablan de papers en revistas indexadas (ISI o Scielo), o de proyectos Fondecyt, la Reforma Educacional no les da tregua a quienes, con ahínco, trabajan en el Ministerio de Educación para avanzar en este gran desafío. Sí, hay bastante consenso: ¡Conicyt necesita salir de ahí!


Más allá de la necesidad de contar con este nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología, su creación no es baladí. No es sólo aumentar nuestro paupérrimo 0.39% del PIB destinado a Investigación y Desarrollo (I+D) y llevarlo, por ejemplo, a un 1%, pues para lograrlo se requiere además: aumentar nuestro número de doctores por millón de habitantes, mejorar los incentivos para que más empresas incorporen I+D en su quehacer, entre otras medidas. Más complejo aún, ¿la innovación debiera ser parte de este nuevo Ministerio, o debiera seguir al alero de la Corfo? He ahí el dilema.


Por una parte, un viejo anhelo es que la universidad se acerque más a la industria, para lo cual los investigadores debieran moverse con más fuerza hacia la investigación aplicada; la innovación para ello es clave. No es bueno que existan quienes, desde la academia, después de años de investigación, patentes y muchos papers, no sientan la necesidad de buscar vincularse a empresas, para desarrollar nuevos proyectos y servicios de alto valor agregado. Para incentivar esto último, pareciera ser natural entonces, que la innovación pase a formar parte de este nuevo Ministerio.


Otra mirada, es aquella que indica que para alcanzar el desarrollo es crucial diversificar y sofisticar nuestra oferta de productos y servicios; también la innovación es clave en ello. La diferencia con respecto a la anterior postura, es que dicha diversificación y sofisticación debiera hacerse desde la industria (por ejemplo, a través de líneas de innovación empresarial), materias que debieran ser apoyadas desde el Ministerio de Economía, que hoy lidera la Agenda de Productividad, Innovación y Crecimiento. Toma fuerza entonces la idea de que la innovación siga dentro de la Corfo.


El debate está abierto, lo importante es que sea cual sea el lugar donde quede alojada la innovación, el objetivo superior aquí es que ésta se utilice como pieza clave, para migrar de una economía basada en commodities a una del conocimiento, con productos y servicios de alto valor agregado. Después de todo, es legítimo preguntarse ¿qué pasó con los palacios y ríos de champagne durante la época de oro del salitre? Que no nos pase lo mismo con el cobre, y para ello, sea en la Corfo o en el nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología, la innovación debe estar en el centro de las políticas públicas que nos llevarán al desarrollo.

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