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La política y los bueyes


Hoy por hoy, donde más que nunca la clase política se encuentra bajo el escrutinio público, cabe reflexionar sobre el perfil que caracteriza a cada uno de aquellos que gobiernan los destinos de nuestra nación. Es así que pensé en los bueyes.


Una de las banderas que hoy se enarbola con fuerza es la renovación, a la que adhiero completamente. ¿Quién podría dudar que el recambio no hace sino traer cosas buenas a la política? Nuevas personas, nuevas ideas, nuevas energías. Sí, la renovación le hace muy bien al país.


Sin embargo, si bien es vital contar con rostros nuevos, también es importante la experiencia y sabiduría, atributos que muchas veces se adquieren sólo con años de trabajo. Y ahí es donde, nuevamente, viene a mi cabeza esta idea de los bueyes.


Cuando en el campo hay un toro, que luego de la castra ha sido destinado a la labranza o a la tira, es menester entrenarlo en dichas tareas. Para ello, lo que se procura es enyugar a este recién estrenado buey (“rostro nuevo” en la hacienda), junto a un buey viejo. El buey joven, con la vitalidad y energía del recién llegado, procura tirar su carga (arado o carreta según sea el caso), con una fuerza e ímpetu descomunal. El buey viejo en cambio, más cansino y templado, va frenando el avance, muchas veces arrebatado, del joven buey.


Con el tiempo, el buey joven comienza a deducir que no es mucho lo que puede hacer si no llega a entenderse con el buey viejo. Mientras este último aprovecha la energía del joven para facilitar la tarea diaria, él aporta con la experiencia, no sólo de saber hacer el trabajo, sino también de reconocer que la jornada es larga y extenuante.


En política ocurre algo similar. Mientras el político nuevo llega con todo ímpetu y energía, para hacer todo cuanto pueda en el menor plazo posible, el político más veterano invita al nuevo a tomarse los temas con calma. El experimentado entiende que no todo es inmediato y se requiere no sólo de “fuerza”, sino también de experticia y prudencia.


Sin embargo, el beneficio es mutuo, pues el político más experimentado se nutre de los nuevos aires del novato, lo que le permite reencantarse con aquellos temas que en su época política temprana lo motivaron, y que ahora tal vez parecen ser sólo una lejana utopía.


Así, ambos políticos pueden avanzar ahora coordinadamente hacia el logro de los mismos objetivos. El nuevo con la energía, las ganas, el ideal; el veterano con la experiencia, el know-how, la prudencia. Ambos unidos bajo ese hidalgo sueño llamado “política” –la búsqueda del bien común–, enyugados mancomunadamente como los buenos y nobles bueyes, que tanto bien le hacen a nuestra tierra.

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